No es el futbolista más mediático de Alemania y no vive su mejor momento futbolístico, pero nos encontramos con su texto para ThePlayersTribune y no podíamos dejarlo pasar sin compartirlo con todos ustedes, queridos Invictos.
En el escrito, el gran Mario Gómez relata lo que ha sido su camino por el mundo del fútbol. Creció con una pelota, pero nunca pensó en ser profesional. Y, una vez que lo fue, se enfrentó a un montón de obstáculos y complicaciones que desde la distancia suelen no valorarse.
Es una lectura un tanto larga, pero creemos que vale mucho la pena.
LA CARTA DE MARIO GÓMEZ SOBRE VIDA Y EL FÚTBOL
Mi padre siempre me cuenta una historia particular sobre mi primer partido de fútbol.
Tenía 4 años de edad y, realmente, no sabía lo que estaba haciendo. Todo lo que sabía es que tenía el balón en mi pie y quería marcar un gol. Así que comencé a driblar y todos mis compañeros comenzaron a gritar mi nombre.
«Mario! Mario! Mario!».
¿Cuál es su problema? ¿Por qué querían que se las pasara? Ningún defensor quería marcarme. Tenía camino libre para el gol.
«Mario!» Hasta los padres estaban gritando mi nombre. «Estás yendo por el camino equivocado! Mario, nooooo!».
No sabía que había un forma correcta de ir. Solo ví una portería, y quería patear el balón dentro de ella.
Yo no recuerdo eso, así que tendrán que tomar las palabras de mi padre. Pero hay dos cosas que sí sé. Una es que, una vez que tengo el balón en mi pie, todo lo que quiero hacer es poner el balón en el fondo del arco.
¿Y la segunda cosa? Bueno, siempre me he inclinado por hacer las cosas a mí manera.
Especialmente cuando se trata de fútbol.
Han escuchado muchas historias sobre niños jugando fútbol con el sueño de convertirse en profesionales. Todas empiezan igual: no haces tiempo para otra cosa. Todo lo que quieres hacer es patear la pelota. No importa qué tan tarde sea o qué tanto frío haga.
Conmigo no fue diferente. Cada día, cuando llegaba de la escuela, tiraba mi mochila en la esquina y le gritaba a mi madre.
«Mamá, voy a estar afuera jugando fútbol».
«Espera, espera, espera!», me decía. «Necesitas comer algo. Necesitas terminar tu tarea primero».
Pero la puerta trasera había cerrado y yo ya estaría jugando en nuestro jardín. La mayoría del tiempo, mi pequeño primo se unía a mí, pero si tenía algo más que hacer, cerraba el garage y pateaba el balón solo durante horas. Cientos y cientos de tiros fueron con mi zurda, y luego con mi derecha. Esa siempre fue mi herramienta: ser capaz de jugar con ambos pies.
Adentro de la casa, mis padres tenían que escuchar el ruido del balón golpeando la puerta del garage. «Bang! Bang! Bang» Pero nunca me dijeron que me detuviera y tampoco me presionaron para convertirme en un futbolista profesional. Solamente vieron la felicidad que el juego me daba.
Así que, cuando había una maceta destruida o una ventana rota, mi papá venía afuera con un rostro de decepción.
«Vamos, Mario. Puedes disparar mejor que eso».
Pero nunca me quitó el balón.
Verán, mi papá era de España, así que amaba el fútbol. No le podían importar menos las plantas y, a veces, venía a patear conmigo. Excepto si era domingo a las 6:00 pm. A esa hora, sólo había un lugar en el que podía estar: en frente de la televisión viendo el programa de resúmenes de los partidos de fútbol.
No me gustaba ver fútbol en TV. Siempre fue aburrido para mi. ¿Por qué sentarte frente a una pantalla, cuando puedes ir afuera y jugar realmente?
«Papi, vamos afuera!», le decía mientras movía su brazo. ¡Vamos a jugar!», insistía. Una tarde, cuando tenía siete u ocho años, finalmente tuvo suficiente. Pero, en vez de mandarme a otro lugar, me sentó a su lado.
«Sólo quiero que veas esto, Mario. Simplemente vélo».
«Noooooo! Es aburrido».
Mi padre apuntó la telivisión y dijo: «Mira! Ahí! Ahora mismo!».
Cuando mire hacia arriba, había un jugador del Eintracht Frankfurt en la pantalla. Dribló al portero rival, rodeó al defensor y después rodeó a otro defensor —jugando con ellos— hasta que disparo fácilmente hacia la meta.
«Woahhhhhh», dije. «¿Qué acaba de hacer».
«¿Ves?», mi padre dijo. «Ese es Jay-Jay Okocha. Y no hay nadie como él».
A partir de ese momento, soñaba con jugar como Jay-Jay. Era mi ídolo. La manera en la que él movía el balón, era como un artista. Hizo cosas con el balón que no podía ni imaginar. Y después de ver ese drible y el gol, vi el programa de resúmenes de los partidos cada domingo. Incluso comencé a ver los partidos con él.
La mayoría de las veces veíamos partidos de la Primera División de España en nuestra casa, y no había partido más importante que El Clásico. Cada que Real Madrid se enfrentaba al FC Barcelona, todos mis tíos y primeros venían a nuestra cosa. Los jerseys de Raúl llenaban nuestra sala, así como los gritos y cánticos durante 90 minutos. Toda mi familia era aficionada del Real Madrid, pero, como dije, cuando se trata de fútbol, nadie puede decirme qué hacer. Así que decidí hacerme del FC Barcelona. En parte por ser diferente, pero otra parte era porque me encantaba ver a los jugadores brasileños: Ronaldinho, Rivaldo y, mi favorito de todos los tiempos, Romário. Su nombre sonaba como el mío y, como niño, era suficiente para mí. Pero además, admiraba la ligereza con la que Romário se movía dentro del área —era muy hábil — y el espacio que era capaz de crear por su propia cuenta.
Quería ser como Romário. Pero cuando crecí, me di cuenta que el tipo de delantero que quería ser no era exactamente el tipo de delantero que podía ser. Era más grande y más fuerte que muchos de los otros chicos, así que me convertí en algo más cercano a un verdadero número 9. Algunos chicos tenían talento para driblar, pero yo tenía talento para marcar. Así fuera con mi pie izquierdo, mi pie derecho o mi cabeza, simplemente era para lo que era bueno.
Pero, a diferencia de otros chicos, nunca pensé que podía jugar a nivel profesional. Simplemente… sucedió. Paso a paso. Mejoré y fui jugando para el siguiente mejor equipo, el siguiente, el siguiente…
Y luego, un año, cuando tenía unos 13 años, Stuttgart se acercó a mí y a mi padre, y nos preguntó si podía unirme. Ir a una academia TOP sería el sueño de muchos jóvenes futbolistas, pero yo quería seguir cerca de mi casa, con mis amigos y amigos. Sentí que no era el momento para mí. Quería terminar la escuela en mi ciudad. Nunca se trató de un plan maestro. Nunca pensé ‘necesito hacer esto, esto y esto’ para jugar a nivel profesional.
Unos años después, luego de que mi equipo local y yo perdiéramos 7-0 ante Stuttgart, su entrenador caminó y se acercó hacia mí, con una sonrisa en el rostro.
«Incluso ahora, ¿no te hemos convencido de que vengas?».
Me dí cuenta que importa el lugar donde juegues y, finalmente, decidí unirme a Stuttgart. Era un club fuerte que podía brindarme más oportunidades. Estaba listo para jugar en otro nivel.
Hoy, las academias son muy diferentes. Ahora todo es sobre fútbol. Pero, cuando yo estaba ahí, teníamos más tiempo libre. Tuve la oportunidad de vivir por mi propia cuenta, para realmente aprender a cuidarme a mí mismo — no sólo como jugador, sino como un joven.
Pronto aprendí lo que significa ser un hombre en el campo. Después de hacerlo bien en el equipo juvenil, me llevaron al segundo equipo y después, eventualmente, al equipo absoluto. Nuestro entrenador era un hombre duro — muchos entrenamientos, mucho correr. Un día, vino y me dijo que iba a jugar en la UEFA Champions League.
Tenía 18 años de edad y, por diez minutos, compartí cancha con Frank Lampard. Mi primer toque fue contra Marcel Desailly.
«Increíble!», pensé. Ya no soy un niño.
Pero todavía tenía un largo camino por recorrer. Hay mucho que hacer para crear a un delantero. El primer entrenador que, realmente, cambió mi carrera fue Giovanni Trapattoni. Cuando vino a Stuttgart, no le decía una sola palabra a los jugadores jóvenes. Ni una palabra. Era amistoso, pero lo mejor que tuvimos fue un ‘buenos días’ y, una o dos veces tras el entrenamiento’, un ‘buenas noches’.
Así pasaron semanas. Nada. Ni una sonrisa. Ni siquiera un pulgar arriba.
Y luego, tras cuatro semanas desde que llegó, Giovanni me pidió que fuera a su oficina después de la práctica. No tenía idea para qué quería verme.
«Escucha, Mario», inició. «Te he visto algunas semanas y estoy muy impresionado, pero creo que podemos trabajar en algunas cosas. Y si podemos arreglar esas otras cosas, te convertirás en el próximo delantero de la Selección de Alemania».
Después de semanas de silencio, Giovanni, de repente, había roto mi esencia como jugador con algunas oraciones. Y, a partir de ese día, luego de cada sesión de entrenamiento, se quedaría conmigo y otros chicos jóvenes para trabajar las cosas de las que habíamos hablado.
Giovanni fue la primera persona que me hizo sentir como futbolista profesional. Y, aunque se fue de Stuttgart tras unos meses, dejó una impresión duradera en mí. En las últimas semanas de esa temporada y en la siguiente, me abrí paso. Stuttgart ganó la Bundesliga y fui convocado a la Selección de Alemania, tal y como Giovanni había dicho.
Y luego recibí una llamada.
Estaba manejando mi carro y un número que no reconocía apareció en mi teléfono celular. Así que me detuve en un lado y respondí.
«Hola, Mario», dijo la voz. «Soy un reportero de la revista Kicker, y nos gustaría decirte que fuiste elegido como el 2007 jugador alemán del año».
Estaba en shock. No sabía que decir. Para ser honesto, la cosa más importante era que Stuttgart había sido campeón después de años terminando quintos o sextos de la Liga. Era parte de ese éxito. El reconocimiento, bueno, me puso en el radar de todos. Sentí que por fin había llegado al fútbol profesional.
Pero me di cuenta rápidamente que, con eso, viene mucha presión y expectativas, lo cual se intensificó en 2009, cuando fui comprado por el Bayern Munich, el club más grande en la Bundesliga y uno de los más grandes del mundo.
Cuando llegué al Bayern Munich, quería demostrarles a todos lo que podía hacer. Pero las cosas no empezaron de la manera en la que esperaba. Aprendí que no todos los entrenadores son iguales. Y que no todos los clubes son iguales, también.
No entraba en la formación, y no estaba seguro si sería más que un jugador de banca. Para ser honesto, pedí marcharme un par de veces. Pero el presidente del club me dijo que me esperara.
«Tu tiempo llegará», me dijo.
En el transcurso, sólo entraba con enojo y frustración. Para mí, la diversión del fútbol se había ido. Por primera vez, el fútbol no me estaba haciendo feliz.
Pero el fútbol es un deporte loco. Cualquiera que vea el juego sabe que toma un momento —estar en el lugar correcto en el tiempo justo— para cambiar todo. Lo mismo pasa fuera del campo.
Después de mi pobre inicio, nuestro entrenador quería un cambio.
Un día, Louis van Gaal se me acercó. «Ahora sí tienes una oportunidad», me dijo sonriendo. «Depende de ti si la usas o no».
Eso fue. Estaba iniciando los partidos otra vez.
Pronto, encontré mi posición en el campo y mi confianza. La siguiente temporada, me convertí en el máximo goleador de la Liga. Pero más que los trofeos, hay una cosa que realmente hace la diferencia de un jugador — especialmente al delantero — fuera del campo: la confianza de tu entrenador. Al final de nuestra segunda campaña juntos, van Gaal se acercó a mí otra vez.
«Tú sabes lo que ha pasado entre nosotros, pero yo siempre he sido honesto y te he dicho lo que estaba pensando», me dijo. «Pero ahora, no sólo marcas, haces todo lo que espero de un delantero. ‘¿Lo dejó jugar o no?’, no es una pregunta que tenga que volver a hacerme».
Fue una de las victorias más grandes de mi carrera.
En un año, había cambiado completamente la opinión que tenía van Gaal sobre mí como futbolista. Y lo más importante, cuando las cosas no estaban siendo fáciles para mí, aprendí a cómo trabajar con eso.
Saben, como delanteros, a veces obtenemos mucho dolor, quizá más que cualquier otro jugador. Si fallas, eres el chico malo. Pero, para mí, no es injusto, es sólo parte del juego. Jugar como delantero es el mejor trabajo del mundo, porque, del otro lado, si marcas un gol al minuto 90, todos corean tu nombre. Y ese es el momento que persigo cada semana, cuando estoy en la cancha, cuando entro al área.
Para mí, todo pasa dentro del área. Nunca seré un delantero que arrastra la pelota por el campo, sacándose a defensores. Nunca seré Jay-Jay o Romário. En lugar de eso, estoy dentro del área y estoy esperando mi tiempo.
Lugar correcto. Momento correcto.
En Alemania, decimos que lo más importante para un delantero es tener olfato —oler donde viene la pelota. Y tenemos suerte porque, en Alemania, tenemos a uno de los mejores que han podido hacer eso en toda la historia: Thomas Muller. Él siempre sabe de dónde viene la pelota. Sólo hay que verlo corriendo y el balón llega a su pies. Me gusta pensar que yo tengo ese talento también. La parte más difícil es meterte en la cabeza de los mediocampistas. ¿Qué está haciendo? ¿En qué está pensando?
También estás tratando de averiguar cómo dañar a la defensiva oponente. A veces, te enfrentas a porteros como Casillas. Y otras ocasiones, hay un defensor que, por 90 minutos, te destruye.
Hay un (defensa) en particular que siempre saltará en mi mente.
Nemanja Vidic.
Creo que nunca olvidaré cuando jugué contra él en su mejor etapa con Manchester United, o cuando Alemania se enfrentaba contra Serbia. Por 90 minutos, me destruía. Hasta el día de hoy, no entiendo como un serbio de 6’3», cercano a los 90 kilos’, puede estar en todas partes.
Parecía que, a donde sea que iba, él estaba esperándome. Si giraba hacia la derecha, él estaría ahí. Si giraba hacia la izquierda, el ya estaría esperándome. Incluso si lograba hacerle un movimiento, levantaría la mirada un segundo después y estaría tapando mi tiro.
Como delantero, tu trabajo es, principalmente, olvidar. Cuando tienes a alguien como Nemanja Vidic marcándote, y estás viviendo una miseria por 89 minutos, lo que tienes que hacer es olvidar todo. Olvida los 89 minutos. Porque, en el minuto 90, puedes tener finalmente tu oportunidad.
He sido muy bueno para eso en mi carrera.
Aunque hay un partido que no puedo olvidar.
Hasta hoy, no creo poder describir la final de la UEFA Champions League ante Chelsea y lo que significó perder para mí. Todo sobre ese partido sigue conmigo. Fue un día hermoso, como si estuviera escrito por nosotros. Habíamos dominado a todos los equipos contr los que jugamos. Para ser honestos, quizá no éramos los mejores jugadores del mundo, pero no podían pararnos. Además, lo más importante, estábamos en Munich, frente a nuestros aficionados, en nuestro campo.
El juego era nuestro. Tuvimos el control la mayor parte del partido, pero el marcador estuvo empatado hasta el minuto 83. Ahí fue cuando el gol de Thomas Muller por fin nos puso al frente. Y, luego, a dos minutos del final, Drogba remató de cabeza el balón y lo metió en nuestro arco. No pudimos volver y, al final, perdimos 4-3 en penales.
Sigue siendo el día más triste de mi carrera. Después de todo lo que habíamos hecho, no ser los que levantaron el trofeo fue difícil. Aún es difícil.
Este juego puede tomar mucho de ti, así que la siguiente temporada, pese a que Bayern ganó el primer triplete de su historia, sabía que estaba listo para el cambio. Había sido sometido a una cirugía de tobillo en el verano del 2012, y me llevó un buen rato volver a trabajar en forma. Pero cuando regresé, estaba compartiendo posición con Mario Mandzukic. Estaba entre los líderes goleadores de la Bundesliga. Y creo que por eso tuvimos mucho éxito ese año — porque todos hicimos lo mejor para el equipo.
Venir de Stuttgart al Bayern hizo que me diera cuenta lo que se necesita para ser un delantero a ese nivel. Y es muy duro en un club como el Bayern Munich. Tienes que estar al 100% todos los días. Y, aunque tuve oportunidades de jugar para los mejores clubes en Europa, quería dar un paso atrás y realmente pensar sobre lo que quería para mi carrera y mi vida. Nunca había tenido estos grandes sueños de ser profesional, o la estrella de un club. Y, después de haber ganado Bundesligas y la Champions League, quería probar algo distinto.
Así que fui a Italia, para jugar en la Fiorentina.
La vida en Italia era perfecta, la dolce vita, como ellos dicen. Pero me lesioné mi rodilla ye estuve fuera por 5 meses. La gente comenzó a preguntarme por qué había dejado Alemania. «Sólo vino de vacaciones. Él realmente no quiere jugar más».
Otra vez, me encontré luchando contra las expectativas y las dudas. Cuando por fin regresé, marqué contra la Juventus, el gol más importante de la temporada.
Después de un año en Florencia, y una segunda lesión que cortó mi temporada pronto, sabía que era tiempo para algo distinto. Amo Italia, la gente, el país, todo es hermoso. Nunca lamentaré mi tiempo ahí, pero mi juego, creo, sufrió. Mi entusiasmo y enfoque cambió.
Quería olvidar todo.
Así que fui a Turquía.
La cosa que aprendí de los aficionados turcos es esto: existen en este mundo para su club. Cada semana, viven por su equipo. Es la experiencia más increíble estar ahí y jugar enfrente de ellos. Pero, otra vez, la gente dudó sobre por qué fui. Jugando con Besiktas, vi la oportunidad de jugar la Copa de Europa y, quizá, ganar algún título. Muchos lo vieron como el final de mi carrera, pero resultó ser el empujón que necesitaba. Pienso que la vida influye en tu juego en el campo. Me alimenté de energía y, el día que ganamos la Liga, volví a sentir felicidad por ser futbolista otra vez. Fui el máximo goleador de la Liga y Besiktas ganó el título por primera vez en siete años.
Aunque siempre quise experimentar diferentes culturas y viajar mientras jugaba fútbol, estar en Turquía significó estar lejos de mi familia, en Alemania. Llamaba a mis padres para decirles que estábamos bien, pero su preocupación nunca desapareció totalmente.
Era el momento de volver a casa.
Pienso que muchas personas se preguntan por qué tomé las decisiones que he tomado. Pero nunca se trató sólo de fútbol para mí. Estaba aprendiendo sobre lo que quería fuera de las canchas. Por mucho tiempo, fui definido por el número de goles que marqué. Nunca tuve la oportunidad de sentarme y decirme: ¿qué es lo que realmente quiero?.
No puedo decir que me arrepiento de algo, ni siquiera de mi etapa en Fiorentina, sobre la que muchos han escrito que fue un fracaso. Porque, quizá, en la Fiorentina tuve los peores años en el campo. Pero era exactamente lo que necesitaba fuera del campo.
En todos mis años siendo un jugador profesional, creo que olvidé por qué quería jugar fútbol, y por qué me hacía feliz. En Italia, estaba sentado con mi esposa en Florencia, viendo a Alemania ganando el Mundial 2014.
Debió haber sido especial, pero nunca lo vi de esa manera. Y luego vi a los chicos levantando el trofeo en Brasil. No estaba ahí por una lesión. Y ahí supe que no quería volver a perder un momento así otra vez. Así que, en Italia, tomé mi decisión.
Me dije a mí mismo: «no quiero que las cosas terminen así. Necesito jugar para mi país otra vez».
Me concentré en estar sano y en forma para la Eurocopa 2016. Muchos pensaron que no volvería al equipo, pero les probé que estaban equivocados. Inicié el torneo y marqué dos goles. Me he puesto la camiseta de Alemania muchas veces, pero ese verano, significó algo más.
Por supuesto, es algo diferente ahora. Soy uno de los más viejos del equipo. Trato de ser un hermano mayor, como Kevin Kuranyi y Miroslav Klose lo fueron para mí. Recuerdo mi primer partido y ver a estos chicos.
Más que nada, quiero estar estar en la convocatoria para Rusia 2018. Ahora mismo, cada momento que estoy en la cancha por Alemania es especial.
Pienso que muchas personas descartan a delanteros como yo, el verdadero número 9 que se las arregla en el área. Digo, incluso yo quería jugar como Romário cuando era niño. El fútbol siempre pasa por los cambios, los clubes quieren delanteros que son más pequeños, que se puedan mover mucho.
Pero yo puedo vivir con eso. La gente puede decirme: «oh, no jugarás más de tres o cuatro años«, pero mientras el fútbol siempre está con cambios de estilo, una cosa parece que nunca cambiará: siempre se necesita a un jugador en el campo que pueda estar en el lugar correcto en el momento correcto para poner el balón en la red.
He jugado para muchos clubes, muchos entrenadores y he tenido altas y bajas. Pero una cosa nunca ha cambiado. Y esa esa la sensación tras marcar un gol. No importa donde esté jugando o qué edad tenga, ese es el momento por el que he vivido por 20 años. Es el momento por el que vivo cada semana.
Desearía poder describirlo. Desearía que todos pudieran sentirlo aunque sea una vez. La única ocasión en la que he tenido una sensación más fuerte en mi corazón fue cuando me casé con mi esposa el año pasado.
Marcar un gol es una explosión de sentimientos. Aparece inmediatamente — bam! Antes de que patees el balón, sientes que pesas 200 kilos. Después, la bola deja tu pie, avanza en el aire y da con la red.
Y por ese momento, estás sin peso.