En la familia Dybala se respiraba el fútbol. Podía faltar cualquier cosa menos una pelota. Gustavo, Mariano y el pequeño Paulo se la pasaban jugando. El padre inculcó el amor por el deporte y los chicos nacidos en Laguna Larga, Córdoba, disfrutaban del fútbol como muchos otros chicos argentinos.
Los tres pibes tenían talento, pero Paulo, por ahí, era el que tenía más facilidades. Se soñaba en grande, pero hubo un suceso que le dio un giro de 180 grados a los Dybala. Cuando Paulo apenas tenía 15 años de edad, El Chancho, su padre, perdió la vida.
Antes de que falleciera, Paulo le hizo una promesa a su padre. Le prometió que lucharía con todo por alcanzar el sueño que los dos compartían: «Con 15 años le prometí a mi papá que iba a ser jugador de fútbol. Su sueño era tener un hijo futbolista, no pudo Gustavo, mi hermano mayor, ni tampoco Mariano. Tenía que ser yo».
Tras la muerte de su padre, Paulo se mudó y se dedicó totalmente a su carrera futbolística. Siguió jugando en Instituto y debutó con apenas 17 años de edad. En su primer curso como profesional marcó 17 goles en 40 partidos disputados y el llamado a Europa llegó. Palermo le fichó y Paulo, poco a poco, se fue colocando como uno de los mejores jugadores del club del sur de Italia.
Después de romperla con el Palermo, Dybala llamó la atención de la Juventus, club que no dudó en ficharlo por más de 30 millones de euros. Con 21 años de edad, Paulo disfruta del fútbol y celebra haber podido cumplirle la promesa a su papá…
«¿Cábalas? Antes de entrar en el campo rezo a mi padre para que me ayude».