Nos conocemos. En diez o, quizá, doce años, estaremos sentados ante una computadora, teléfono o televisión viendo sus goles, recordando sus jugadas y remontándonos a los partidos en los que, más allá de sus anotaciones y pases decisivos, nos hizo creer que la perfección, en un campo de fútbol, es alcanzable.
Lo disfrutamos muchísimo en cada partido que lo vemos en acción. Se le exige mucho más porque nos ha acostumbrado a lo extraordinario y, eso, ha hecho que perdamos sensibilidad. Lo atípico lo ha hecho cotidiano. Y cuando algo se hace habitual, normalmente, deja de ser reconocido.
Nuestra naturaleza nos lleva a extrañar lo que teníamos y a valorar lo que perdimos. Extrañamos lo que fue. Y valoramos en ausencia, no en presencia. En estos días, no es raro leer referencias sumamente positivas hacia jugadores que ya no son activos, cuando en sus días con pantalones cortos les llovían críticas y juicios severos. Con él, no puede -ni debe- ser así…
Distingamos la historia y reconozcamos la consistencia de lo extraordinario. El gozo viene acompañado de un ligero sentimiento de angustia porque sabemos que lo que se está disfrutando, en algún momento, terminará. Por eso, es necesario detenerse para valorar, porque lo que hoy, vemos, disfrutamos y tenemos, no volverá…
A futbolistas como Lionel Messi tenemos que disfrutarlos sin importar las circunstancias, ya que, cuando acordemos, estará colgando sus botines de forma definitiva, y no habrá marcha atrás. Simpatizar con un club o admirar a un jugador en especial no debe significar que el fútbol termine ahí. Disfrutar de la victoria de tu equipo despierta grandes emociones, pero disfrutar de un deporte/jugador en su totalidad no tiene punto de comparación.
Escribimos ésto horas antes de que el rosarino recibiera su quinto Balón de Oro, mientras disfrutamos de algunas compilaciones con sus mejores jugadas del 2015. Era un ejercicio que queríamos hacer porque, en unos años, nosotros no le recordaremos por haber arrasado en las galas de la FIFA, sino por sus trazos milimétricos, su juego entre líneas, su precisión, su extraordinario golpeo de balón, su insostenible regate, su amplio repertorio de recursos en zona de definición, su visión y su brutal capacidad para asociarse.
En un futuro, seguramente, chicos, que comenzarán a enamorarse del deporte más hermoso del mundo, nos preguntarán sobre los mejores jugadores que pudimos ver, y responderemos que vimos a genios como Romário, Baggio, Zidane, Ronaldo Nazário, Rivaldo, Figo, Kahn, Henry, Maldini, Zinedine Zidane, Kaká, Ronaldinho, Iniesta, Xavi, Neymar y Cristiano. Después, pausaremos, y diremos…
«Pero también, disfrutamos, de principio a fin, la carrera de un jugador que nos demostró que en el fútbol no existe lo imposible. Un jugador que nos hizo extrañarle cada que el árbitro pitaba el final de un partido y que, anteponiendo el colectivo, brilló como nadie más lo hizo en lo individual. Se llamaba Lionel Messi, no superaba el 1.70 m, era introvertido y portaba la ’10′». Se quedarán fascinados, irán a buscar jugadas del rosarino y si preguntarán si algún día llegará a un futbolista como Messi. La respuesta, tristemente para ellos, no será positiva.
Disfrutémoslo porque, en futuro, solamente los afortunados podrémos decir: NOSOTROS VIVIMOS EN LOS TIEMPOS DE LIONEL ANDRÉS MESSI CUCCITTINI.