Habían pasado 120 minutos, el segundo finalista de la Copa del Mundo se definiría en tanda de penales. El nerviosismo era notorio, algunos futbolistas se tiraban al piso intentando descansar, otros iban a hidratarse y otros tantos buscaban al cuerpo técnico para ver si iban a ejecutar.
Los arqueros se separaron, sabían que todo estaba en sus manos. Junto a Romero, el arquero argentino, estaba el único futbolista que no quiso descansar, que no quería hidratarse y que no le interesaba si iba o no ejecutar una pena máxima, su nombre: Javier Mascherano.
El ‘jefcito’ se acercó a Romero y le dijo con mucha calma y claridad: «Hoy te comes el mundo. Hoy, hoy, te convertís en héroe». Mascherano le tomó el rostro y le dio un beso en la mejilla. El capitán sin gafete había hablado con su arquero, el capitán sin cinta le había dado, con aquella soberbia barrida sobre Robben, la oportunidad de convertirse en el héroe de una nación.
Romero no desaprovechó la oportunidad que le dio Javier y escribió su nombre en letras de oro en la historia del fútbol argentino. El héroe, sin lugar a dudas, se llama Sergio Romero, pero en muchas ocasiones las personas detrás de los héroes son los verdaderos salvadores. Qué grande eres, jefecito.