El regreso de otra sección, Invictos. De ahora en adelante todos los lunes se estarán publicando escritos que ustedes mismos nos hagan llegar. María Camila Hernández fue la elegida de esta semana, esperamos disfruten su gran relato.
EL QUINTO ELEMENTO
Los alquimistas dedicaron su aliento a la búsqueda de la piedra filosofal, elixir de vida, máxima expresión de la perfección que daría al hombre la posibilidad de ser eterno, convertir simples metales en oro y curarse de cualquier mal.
Parecía una utopía más entre las limitaciones que nos hacen humanos, pero para mí no lo es, es una realidad. Tras el aire, tierra, fuego y agua hay un quinto elemento, este quinto que hace que se respire alegría, se enciendan pasiones, un elixir que por generaciones nos ha liberado de cadenas, ha roto las barreras étnicas como se rompen las redes ante los disparos potentes, nos ha calmado en las peores pesadillas y nos ha levantado entre sus manos haciéndonos sentir por fracciones de tiempo que estamos sentados a la postre de los tronos del Olimpo como los grandes dioses.
Somos invencibles, somos eternos, corremos y gambeteamos en las memorias de nuestros antepasados, delante de los ojos expectantes del presente y esquivando rivales entre las palabras que sobre gestas y leyendas en el futuro se contarán a los niños. Somos el quinto elemento, somos fútbol.
¿Y qué es el fútbol? El fútbol lo es todo, el fútbol no tiene categoría ni clasificación, es la única religión que no tiene ateos, es una oda a la humanidad, es la única sinfonía que se balancea en los corazones de todos y no se queda en los teatros, es ese sentimiento que respiras, hablas y juegas toda tu vida pero que es tal su grandeza que no hay palabras suficientes para describirlo y solo encuentras entendedor en quien también lo ha vivido.
Es el deporte rey, lleno de detractores, llamado por muchos el opio, el distractor de los pueblos pero ninguno de ellos, les puedo asegurar, ninguno de ellos se resiste a nuestra piedra filosofal, que no es una piedra, es una caprichosa como la llama Quique Wolf, una esfera de un peso promedio de 450 gramos que a pesar de su aparente insignificancia ante la inmensidad del cosmos es contenedor de mil mundos, dentro de sí carga los sueños de quien la patea y las ilusiones de quienes desde su corazón con él la persiguen, sin importar a donde va, si es Adidas o es Nike, si se ha quedado atrapada infinidad de veces en el balcón del vecino, si es de cuero o si es artesanal, la pelota siempre será igual, nunca dejará de ser motivo de libertad, igualdad y universalidad.
Al compás de la pelota no hay blanco o negro, no hay derecha ni izquierda, riqueza ni pobreza, solo existe una lucha, solo existe el deseo de gol, el deseo de triunfo, ese momento en el que se desgarra la garganta y en un impulso sale de nosotros toda la mala música que estuvo aguardando durante la semana para dispararse el domingo, dispararse en un grito de euforia en el campo o abrazarse con aquel desconocido que tienes al lado en las gradas del templo, en las gradas del estadio, el único monumento donde el más desconocido es a la vez quien más te conoce, porque es quien sabe entender que lo que llevas puesto no es solo una camiseta, es el amor de tu vida.
Hace algunas décadas durante el auge de los comics, los niños se lanzaban de los balcones creyendo ser Superman, hoy no es sorprendente que a la pregunta de con que sueñan al pensar en lo que quieren ser al crecer, los niños en su mayoría ya no respondan que desean salvar ciudades de villanos o viajar a la luna, hoy más que nunca el fútbol de nuestros días los lleva a dormir con un balón bajo el brazo mientras se imaginan marcando goles en El Clásico o levantando la Copa del Mundo, no se ponen capas, se ponen las camisetas de sus ídolos o escriben sus nombres a sus espaldas.
El fútbol es un exquisito fenómeno que se ha salido de nuestras manos para estar en las manos de todos, levantándose incluso sobre las diferencias que nos hacen humanos, reuniéndonos a todos alrededor de una cita, logrando que una nación que ha derramado sangre durante toda su historia pueda sonreír a pesar de las cicatrices que le han aquejado por casi 50 años, reuniendo a 109, 318 almas alrededor de un solo espectáculo como lo vimos la semana pasada, llegando hasta lo más recóndito de nuestro planeta, los idiomas, ideologías, tradiciones, geografía e historia podrán marcar nuestros territorios pero el fútbol, el fútbol viola las leyes de la física, ¿cómo que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar? Si todos estuvimos ahí cuando Raúl calló al Camp Nou, y si hoy podemos sentir el silencio que sucumbió al Maracaná
El fútbol es un lenguaje universal que salta entre continentes y se escabulle en cualquier rincón, está en mí y en ti que me lees, en quien va a al estadio, quien fantasea todas las noches con conocer su Teatro de los Sueños y en el corazón de un joven asiático en el día más feliz de su vida al ver en su ciudad de gira a sus héroes que meses atrás batallaban en Inglaterra.
Los límites de tu lenguaje son los límites de tu mundo y para la lengua universal solo está el infinito, este es el elixir que puede convertir los sueños y el talento de los pies en trofeos de oro, que cura con su belleza hasta el más longevo de los males nos hace eternos, deleitándonos con los verdaderos héroes que nunca mueren, que aun sorprenden rivales y marcan goles cuando quien los vio los revive en sus palabras y cuenta la leyenda a otro, ese es el quinto elemento, el fútbol de nuestros días, la alquimia de nuestra vida.
Por: María Camila Hernández.