Era la joya del Atlético Benamiel Club de Fútbol. No concebía la vida sin un balón de fútbol. Si alguien no sabía en que lugar se encontraba, se preocupaban porque no lo tenían en la mira, pero no de lo que podría estar haciendo, ya que todos tenían claro que estaba jugando fútbol.
Su físico no hacía pensar que se trataba de un chico con condiciones bárbaras para jugar al fútbol. Era gordito, bajito y su sonrisa, según relatan, era muy inocente, pero ese gordito uniformado en horas escolares se convertía en otro cuando se ponía pantalones cortos y se iba a entrenar con el Benamiel.
Comandó a su equipo a muchísimos títulos en torneos nacionales. La diferencia entre él y sus compañeros/rivales se veía hasta Júpiter. El profesionalismo estaba lejos, pero fue en su pueblo donde comenzó a reunir gente en una cancha de fútbol exclusivamente para verlo jugar.
«Mientras estuvo en el Atlético Benamiel fuimos siempre campeones en todas las categorías donde estuvo. Había muchísima diferencia entre él y el resto. Nosotros le teníamos siempre dos o tres categorías por encima de la suya, porque no progresaba si estaba con los de su edad. Siempre con el ‘10’ en la espalda, su número favorito. Aquí venía gente a verlo exclusivamente a él, que no eran aficionados del Atlético Benamiel», cuenta Salvador Borges, su entrenador en aquel club.
Su calidad era tanta que los entrenadores trataban de motivarlo con otro tipo de dinámicas para que siguiera mejorando y queriendo más. Uno de sus entrenadores recuerda que en algún ocasión, en un torneo infantil, le dijo al chico que si era capaz de marcar 5 goles le regalaría un balón.
El gordito salió inspirado al terreno de juego y apenas en el primer tiempo convirtió 4 anotaciones. Parecía que no tendría problemas para marcar el quinto y obtener el balón, pero el DT lo sacó del partido. «Tú me has sacado del partido para que no marque el quinto’, ¿verdad?», le dijo el inocente niño al DT. El entrenador solamente se carcajeó y siguió disfrutando el encuentro. El entrenador volvió a mandarlo al partido y completó la obra de los 5 tantos. El chico corrío hacia el banquillo tras el silbatazo final, muchos esperaban que fuera a celebrar con el cuerpo técnico, pero se acercó a su entrenador y le dijo: «Me debes un balón, ¡Eh!».
«Era un chico extraordinario. Siempre estaba alegre y nos ayudaba a todos. Nosotros sabíamos que llegaría lejos, pero a él parecía no importarle. Él solamente disfrutaba de jugar al fútbol con nosotros. Estaba gordito y volvía locos a todos. Yo era su mejor amigo, pero pasaba más tiempo con el balón», cuenta Álvaro.
Francisco Alarcón Suárez, el gordito del Atlético Benamiel.