Prefirió el fútbol sobre el karate. Diana Hernández, madre de Ángel Di María, sabiendo que su esposo era un apasionado por el fútbol decidió que el pequeño Ángel, su primer hijo, jugara a la pelota luego de que un médico le recomendara que lo metiera a practicar un deporte para controlar su hiperactividad.
A los cuatro años lo inscribió en El Torito, equipo de La Cerámica, humilde barrio rosarino, y ahí comenzó la aventura futbolística del actual jugador del Manchester United. El Fideo pronto maravilló a todos con su velocidad, regates y facilidad para marcar goles. Los vecinos y entrenadores quedaban asombrados con su habilidad. «Siempre íbamos a verlo y los vecínos nos decían: ¡Qué lindo juega Ángel!», recuerda Diana.
Un partido extraordinario ante Rosario Central en la final de un torneo infantil hizo que la academia rosarina fichara al chico delgado que parecía que iba a quebrarse cada que tomaba el balón. La familia Di María Hernández tenía que tomar una decisión complicada porque iban a tener que hacer algunos sacrificios si querían apoyar a Ángelito en su aventura futbolística. El tema del traslado hasta los campos de entrenamiento del Canalla era el principal problema porque la distancia era larga y mamá Diana decidió asumir el paquete.
Además de ayudar a su esposo todos los días en la carbonería, que era el sustento de toda la familia, llevaba a su hijo en bicicleta, en un trayecto de aproximadamente 30 minutos, hacia el norte de Rosario para que pudiera asistir a los entrenamientos de Rosario Central. Era tal el cansacio que Ángel veía en sus padres que desde los 11 años, después de estudiar y antes de entrenar, los ayudaba a empacar y vender el carbón.
Durante siete años, sin importar si estaba lloviendo o haciendo frío, Diana llevó a su hijo a la Ciudad Deportiva de Rosario Central para que se entrenara sin ningún problema y la razón era muy sencilla, SIEMPRE confió en su talento. Aunque no tenía ninguna garantía de que iba a tener la oportunidad de debutar profesionalmente, ella veía que su pequeño era diferente al resto y siempre supo que cualquier sacrificio valdría la pena.
La confianza que Diana le tenía era tal que cada que pasaban por la cancha de Rosario, se detenía y le decía: «Algún días vas a jugar acá». Ángel lo consiguió en 2005, cuando apenas tenías 17 años, y lo primero que hizo cuando comenzó a cobrar como futbolista profesional fue regalarle una casa a sus padres.
«Lo primero que hice fue regalarles una casa y la verdad es que estoy muy feliz porque pude darles ese lujo. Poder devolverles todo lo que hicieron por mí es algo que me hace disfrutar», cuenta con orgullo el internacional argentino.
El zig-zag de la Décima lo hizo Di María dentro del campo, pero la que siempre creyó que sería capaz de hacerlo fue Diana, su madre.