Dani Alves se apoya. El balón está en el dominio del ’10’ del FC Barcelona. La sensación de que algo fantástico puede ocurrir despierta. Recibe cerca de la línea lateral y la portería no se ve próxima. Amenaza con ir al centro, pero vuelve hacia el sector derecho. Su marcador estaba quedando atrás, pero no se rinde y se escalona detrás de su lateral.
Fue inútil. El lateral no puede y el marcador inicial queda atrás con un milimétrico autopase. Otro defensor aparece en escena, pero poco puede hacer. Los tres jugadores que intentaron detenerle quedan viendo su dorsal. La afición, de manera inconsciente, se para de su asiento y los rostros de incredulidad se multiplican.
En la entrada del área espera un rival más, a quien le aguarda el mismo final que el resto de sus compañeros. Se perfila e intenta detenerlo, pero no hay poder humano que pueda frenar al ferrocarril de Rosario. El resto de la historia fue la esperada. Bueno, no. Porque cuando el ’10’ la toma la redonda se puede predecir el qué, pero no el cómo.
Regatea y, sin dudar, saca un disparo potente y raso. Lo que sigue es festejar. Lo hace con emoción. Sabe que ha hecho algo sensacional. Quizá ordinario y rutinario para él, pero inalcanzable para cualquier otro que juega a la pelota en estos días.
El gol se grita, se aplaude y se reconoce, pero parece no ser suficiente. Los cronistas deportivos no saben ni qué decir y es que, cuando ves algo que crees que se no volverá a repetir, es normal que no controles ni entiendas tus reacciones.
¡Ah! Y casi lo olvidamos: todo esto ocurre en la final de Copa. Valoramos el detalle del ’10’. Una obra de arte de esta categoría merece un marco especial.
Por cosas como ésta, la PELOTA SIEMPRE al ’10’.