Escuela y practicar algún deporte. Le entró al judo, pero al final el juego de la pelota lo hipnotizó. No pasó mucho tiempo para que se diera cuenta que el fútbol era lo suyo. Jugaba con sus hermanos, a quienes admira desde que tiene uso de razón.
Uno de sus tíos fue internacional argelino en el Mundial de 1982. Lo ilusionaba ser profesional y disputar una Copa del Mundo. Creció viendo a Enzo Francescoli en el fútbol galo. Lo tenía impresionado.
Su camino por el fútbol arrancó en US Saint-Henri y SO Septèmes-les-Vallons. Jugaba a otra cosa. La diferencia, en comparación al resto de chicos, era abrumadora. Su complexión física no era imponente, pero su calidad técnica dejaba pasmados a todos los que le veían.
Con 14 años de edad fue descubierto por Jean Varraud, scout de Cannes. Un partido le bastó para tomar la decisión de reclutarlo. Lo llevó a Cannes. Zidane se alejó de su familia siendo apenas un adolescente.
«Podía pasar a uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis jugadores. Era sublime. Un talento que no había visto jamás. Sus pies hablaban con la pelota. Sabía que llegaría lejos», recuerda su descubridor.
En las inferiores de Cannes sorprendió. Más allá de que era un superdotado con la pelota, la gente del club galo estaba impactada por la frialdad que mostraba Zidane. Cuentan que podían jugar un interescuadras o una final y su actitud no cambiaba.
Siempre se veía concentrado y enfocado en lo que tenía que hacer. No era muy expresivo, aunque sí le entraba a las bromas en el vestuario. Como muchos otros jugadores talentosos, era un líder silencioso. Todo lo que tenía que decir lo decía con el balón en los pies.
Debutó en 1986, con apenas 16 años de edad. Y, bueno, el resto es una historia conocida…