Ingresó en el segundo tiempo del partido entre The Strongest y Libertad. Se trataba de su debut oficial en la Copa Libertadores de América. Y su misión, como delantero, era ayudar a que su equipo puntuara. Lo perdían 1-0, así que la apuesta del DT Leonel Álvarez, dándole minutos de juego, estaba relacionada con adelantar líneas para conseguir un resultado positivo.
Su momento llegó en el tramo final del cotejo. Corría el minuto 81 de tiempo regular, cuando a Libertad se le presentó un tiro de esquina. El centro fue rechazado por el equipo boliviano. El balón le cayó a Alan Benítez, quien, sin pensarlo mucho, metió el balón a la zona en la que, sabía, estaban varios de sus compañeros.
Los jugadores de The Strongest salieron en línea buscando inhabilitar a sus rivales. Sin embargo, él también corrió rumbo hacia su arco y no pudieron sacarlo de la jugada. Estando en posición correcta y viendo que la pelota se dirigía hacia donde se encontraba, dio varios pasos hacia atrás. Y ahí vino una estampa futbolística maravillosa.
Controló de pecho y, sin permitir que el balón tocara el césped, la prendió de derecha (es zurdo). Exhibiendo una plasticidad brutal, la mandó a guardar. Una volea -que bien puede etiquetarse como tijera- que dejó pasmado al cancerbero.
🇵🇾🏆⚽ Another golazo! This strike by Adrián Martínez saw @Libertad_Guma earn a draw against @ClubStrongest in La Paz. pic.twitter.com/TxybWdIGTH
— CONMEBOL Libertadores (@TheLibertadores) 6 de febrero de 2019
Un momento mágico.
Un momento que el argentino Adrián Martínez, de 26 años de edad, pudo vivir gracias a nunca darse por vencido. Su camino en el mundo del fútbol no es, ni cerca, convencional. Su vida no lo ha sido. Para poder disfrutar del juego ha tenido que superar obstáculos gigantescos e imponerse ante momentos durísimos. No solo ha tenido que luchar con la competitividad que existe en el mundo del deporte, sino que ha tenido que resistir situaciones que derribarían a cualquiera.
Jugaba fútbol, pero nunca se imaginó ser futbolista de tiempo completo. Trabajaba como recolector de basura, cuando, en un accidente de motocicleta, casi pierde la vida. Sobrevivió. Y aunque su brazo derecho quedó muy mal, quiso volver a la empresa en la que trabajaba (para cumplir otras funciones). Y no lo recibieron. Consideraron que no estaba capacitado físicamente y lo echaron. Al final, ni siquiera cobró indemnización.
“Por el accidente casi pierdo la mano, casi me muero. Salía de trabajar e iba en moto y me chocó un Falcon. No sentía la mano. La ART no me reconoció el accidente. En realidad estaba volviendo a mi casa desde el trabajo, pero me había quedado un rato boludeando por el centro. Estuve un año con la mano mal pero antes, a los 5 meses, llevé el alta a la empresa. Yo quería pasar de estar en el camión de basura, porque ya no podía, a ser barrendero. El médico del trabajo puso que no estaba capacitado para trabajar y me echaron. Por quedar bien y no dar parte de enfermo, al final ni siquiera pude cobrar indemnización”, declaró, en una entrevista para Página 12 de Argentina.
Su vida laboral cambió. Pasó a ser ayudante de albañil. Y mientras ayudaba a su tío, su hermano se vio involucrado en una pelea con unos vecinos. Le pegaron tres tiros: «Ya tenía 21 años y empecé a trabajar con un tío de ayudante de albañil. Con él estuve un año. En ese tiempo a mi hermano le pegaron tres tiros (…) Había problemas entre ellos. Mi hermano tampoco es ningún santo y en ese momento él tenía 16 años».
Su hermano sobrevivió. La cuestión fue que el episodio no terminó ahí. La familia de Martínez era muy querida. Su madre era la presidenta del club del barrio. Así que, cuando pasó lo del hermano, muchas personas de la zona se juntaron y le prendieron fuego a la casa del que le disparó.
Adrián estuvo en el hospital cuidando a su hermano porque pensaba que se moriría. Estuvo internado durante un mes. Y, cuando le dieron el alta a su familiar, el actual jugador de Libertad vivió un allanamiento. La familia a la que le incendiaron la casa hizo una denuncia. Acusaron a la familia Martínez de haber entrado a su domicilio con armas, de haberlos atado, de haberlos robado y de haberles destrozado la casa.
«Cuando le dieron el alta, me hicieron un allanamiento en mi casa. Porque esa familia hizo una denuncia en la que decían que nosotros habíamos entrado con armas a la casa, que los atamos con precinto, que les robamos y que, después, les prendimos fuego la casa. Un día, mientras dormía, vino la policía, me rompió la puerta de mi casa y entraron. Los policías vinieron con una lista. Decían, según la denuncia, que habíamos robado una camioneta blanca, sillas, mesa, lavarropas y entonces me llevaron todo. Mis cosas eran nuevas, con mi señora trabajábamos los dos. Las habíamos comprado en un local y teníamos los comprobantes».
Su hermano quedó en libertad, por ser menor. Él y su padre, no. Adrián pasó seis/siete meses preso antes de que se aclarara lo que ocurrió. Presentaron pruebas. Pidieron las cámaras al hospital para demostrar que habían estado cuidando a su hermano y no en la casa que fue incendiada. Tres abogados y treinta testigos los respaldaron, pero el proceso fue más largo de lo que, en teoría, debió ser.
«Gracias a Dios pude salir a los seis meses, si no tenía para rato ahí adentro, porque la causa era grave: nos acusaban de tener armas de guerra, de secuestro, poblado en bando, incitación al incendio. Ahí nosotros presentamos pruebas. Les fui a pedir las cámaras al hospital para demostrar que habíamos estado junto a mi hermano y no en la casa que incendiaron. A esa altura teníamos tres abogados y 30 testigos que avalaban lo que decíamos. Pedimos pericias. La otra familia apenas tenía dos testigos: dos nueras».
La vida en la cárcel: «En realidad nunca demostré debilidades. Adentro no podés demostrar nada. Matan, apuñalan, sí o sí hay peleas todos los días, toman de rehenes a los policías. Es otro mundo ahí adentro. Nada parecido a lo que reflejan las noticias. Ahí adentro no se puede vivir. Yo viví tres meses en buzones (son piezas de dos por dos metros ubicadas a los costados de un pasillo largo) porque no me daban el alta para subir a piso, y era un cuadradito con humedad en las paredes, que no tenía inodoro. Ahí dormía sobre una chapa. Si te llevan una frazada tus familiares, al menos tenés para hacerte un colchón. Si tenés muchas frazadas y vas a ver a tus visitas, quizás los otros presos te las pescan (…) El que entró sabe que peor ya no puede vivir. Cuando sale tiene tanta bronca y rencor que le da lo mismo volver. Lo peor ya lo pasó, sabe cómo es. No le da importancia a volver dentro de uno o dos años. El penal se le hace habitual. Solo Dios transforma a las personas».
Vivir cosas tan extremas cambió su vida: «Si no pasaba por algo malo, no hubiese conocido a Dios. Para mí el antes y el después fue pensar en Cristo y me cambió la vida por completo. Yo no salgo ni a un boliche, me dedico a Cristo».
Nunca pensó que se convertiría en futbolista profesional. Jugaba de manera informal. Todo en su barrio. No tuvo ni proceso en divisiones inferiores ni trabajos enfocados para algún día competir a un nivel alto. Decía que era hincha de River Plate, pero al realidad es que no veía partidos y jamás tuvo una camiseta de algún club de Primera División.
Privado de su libertad, Adrián pensó en el fútbol. Saliendo de la cárcel, quería ir a probarse. Lo hizo y, con base en esfuerzo, dedicación y goles, quedó. No fue nada fácil porque físicamente no se encontraba bien, porque la lesión en la mano (accidente en la moto) seguía presente y porque, los que sabían de su historia, lo esquivaban.
«El 4 de enero de 2015 me fui a probar a Defensores Unidos de Zárate. Jugué unos 15 minutos en tres amistosos contra equipos de la B y la C e hice tres goles. Pero el técnico sabía de dónde venía y me esquivaba. Aparte no estaba bien físicamente. Empezó el torneo y el equipo no ganaba y yo, que era suplente, en ese semestre hice siete goles. En el torneo corto que hubo en 2016 me hicieron contrato, si no ya abandonaba el fútbol. Yo necesitaba trabajar. Fui titular recién en las últimas siete fechas y en ese lapso hice nueve goles».
A partir de ese contrato, su carrera ha ido en ascenso.
Fue goleador del Atlanta en la B Metro de Argentina.
En 2018, tuvo la oportunidad de fichar por Sol de América, club de la Primera División de Paraguay (lo recomendó Fernando Ortiz, un viejo conocido en el fútbol mexicano), y la rompió a lo grande. Hizo 12 goles en 17 partidos ligueros, lo que le valió para que Libertad, uno de los clubes más importantes en el territorio guaraní, adquiera el 50% de sus derechos deportivos (el otro 50% le pertenece al propio futbolista).
De trabajar como recolector de basura, de casi perder la vida en un accidente, de no ser aceptado de vuelta para laburar, de tener que cumplir como ayudante de albañil, de casi ver morir a su hermano y de pasar casi siete meses en la cárcel, a ser uno de los futbolistas del momento en el balompié paraguayo y marcar un gol de antología en la competencia más importante de nuestro continente.
«No soy un jugadorazo, no hago goles espectaculares. Por ahí la pelota pega en el palo y me queda justo a mí. Tengo eso extra que me lo da Dios. He ido a trabar, me pegaba la pelota en la canilla y entraba. Por supuesto que también está mi entrega. Pero a veces hay jugadores que hacen todo bien y la pelota no entra».
Dato Invicto. Entre el campeonato local, Copa Sudamericana y Copa Libertadores, Adrián Martínez ha marcado 13 goles en 22 partidos oficiales con clubes de Paraguay.
¿Sabías que…? En sus días con Atlanta, tuvo la oportunidad de jugar contra River Plate en la Copa Argentina. Su equipo cayó goleado, pero él tuvo la oportunidad de convertirle al gigante de su país.
Declaraciones: La Página 12, La Nación y TN.