EL CICLO VALVERDE
Ernesto Valverde es un caballero. Aún en los batacazos más jodidos de su gestión, guardó la compostura y no perdió los estribos. Comportarse como lo hizo tiene muchos puntos positivos. Sin embargo, hay momentos en los que es necesario una dosis de pasión/determinación para, posteriormente, dar un giro de timón.
El momento para tomar decisiones de peso vino tras la debacle en Roma. Fingir que todo iba bien y que solo se trató de un accidente futbolístico fue, precisamente, lo peor que pudo pasar en el interior del club del Camp Nou.
Nublados por resultados, parecían voltear a otro lado cuando se valoraba el funcionamiento. En otro sitios, el qué (títulos) es más que suficiente. En el FC Barcelona, no. Es el qué (resultados/títulos) y el cómo (forma). Y el cómo en la era Valverde, más allá de que se optaba por los títulos más relevantes, no era nada convincente. Ganaban, sí, pero más por sus individualidades de clase mundial, que por el modelo de juego. Incluso en noches de buenos resultados, como en Clásicos o partidos de ida KO de UEFA Champions League, se imponían en el marcador, pero no en el trámite. Lejos estaban de ser un cuadro reconocible.
Ignoraron claras señales de alarma. Y con tan pocos argumentos asociativos -siendo esto bandera en la filosofía blaugrana- era absurdamente optimista pensar que podrían trascender en competencias donde el margen de error es mínimo, como es la UEFA Champions League. La Liga es un maratón. Y en carreras largas, una plantilla con tanto talento (el mejor del mundo incluido), aspirará al título sí o sí. La Copa de Europa no es así. Puedes librar algún partido o serie, pero llegará el club que te haga recordar que no puedes levantar la Copa sin recursos/mecanismos colectivos y sin jerarquía (con o sin balón) en fases de alta tensión.
A Valverde le reconocemos la capacidad que tuvo para darle estabilidad a un FC Barcelona que podía caer en un bache profundo tras la Supercopa 2017 (baile del Real Madrid) y la controversial salida de Neymar. La cuestión fue que, una vez evitada lo que pudo ser una caída abrupta, no hubo crecimiento significativo. Festejaron algunos trofeos domésticos por pequeñas sociedades (caso Alba/Messi), por la calidad del plantel y por chispazos de individualidades que pertenecen al primer escalón del deporte. Podía cambiar de nombres y de sistema táctico, pero las ideas casi siempre se reducían a la inspiración de Lionel Messi.
Se va dejando dos Ligas de España, una Copa del Rey y una Supercopa de España. El detalle es que los títulos contrastan con las muchas veces insípida forma, el mal manejo de talentos jóvenes que venían pidiendo minutos a gritos (caso Puig y Aleñá) y los papelones en UEFA Champions League. El ‘pecado’ no fue perder la máxima competición europea, sino cómo la jugaron, cómo quedaron eliminados y cómo tropezaron, en años consecutivos, con la misma piedra.
La línea entre ganar y perder, especialmente en el balompié de élite, es muy delgada. Lo ‘normal’, de hecho, es no llegar. Pero aún cuando no llegas, el FC Barcelona no puede ni traicionar su esencia ni naufragar sin identidad.
No se trata de emular el período Pep Guardiola (eso es imposible porque los intérpretes de ese ciclo son irrepetibles), sí de proponer, de transmitir y de respetar la filosofía -con su debido matiz- que ha convertido al Barça en uno de los gigantes del fútbol mundial. Y eso, durante el mandato de Ernesto Valverde, no sucedió.
Su continuidad, desde Anfield, era insostenible.
LA DIRECTIVA Y SUS DECISIONES
Entendimos que hubiera voto de confianza tras la vergüenza en el Stadio Olímpico. El asunto es que aquel ridículo se calificó como ‘accidente’, y no hubo cambios serios. No se trataba de echar a Valverde con efecto inmediato, pero la llamada de atención fue lo suficientemente grande como para saber que la manera de llevar el vestuario y, sobre todo, el accionar colectivo necesitaban ajustes. Al parecer la evaluación interna fue distinta. Y, bueno, todos sabemos qué pasó cuando se cruzaron con el Liverpool de Klopp.
Lo ocurrido en Anfield le debió costar el cargo a Valverde. La escandalosa desconexión se repitió y se agudizaron los ratos de descontrol que se les vieron hasta en partidos que terminaron resolvieron a su favor. Regalaron una final de Copa (el boom de un despido de esta índole siempre impacta), una pretemporada entera, la planeación 2019/20 y, por si fuera poco, seis meses de la presente campaña.
Es cierto que siguen vivos en Liga, Copa y UEFA Champions League, pero el grado de dificultad se potencia cuando la sacudida llega a media campaña. Si no hubo indicios de verdadera mejoría entre un curso y otro, ¿por qué mantener a Valverde para una tercera temporada?
Confundieron continuidad y continuismo. Y los resultados de la inexplicable parsimonia post-Liverpool fueron corregir sobre la marcha, protagonizar otro manejo penoso (respaldaban públicamente a Valverde mientras buscaba a otro entrenador) y tener que elegir entrenador entre una baraja mucho más limitada.
A nivel directivo, FC Barcelona lleva mucho tiempo dejando que desear. La desorganización en cancha no es ninguna casualidad. Si los dirigentes, los líderes del barco, no saben qué carajos están haciendo y van navegando sin un rumbo definido, ¿cómo esperar que esto no impacte el renglón futbolístico?
LA OPORTUNIDAD DE ORO PARA QUIQUE SETIÉN
Ni en joda Quique Setién se imaginaba que su 2020 arrancaría con la oportunidad de dirigir al FC Barcelona, el club que le ha fascinado desde que, en sus días con pantalones cortos, le tocó enfrentarse al Dream Team de Johan Cruyff. Pero esto es el fútbol: la dinámica de lo impensado, hasta en los banquillos.
“Cuando empiezas a correr y empiezas a ver muchas cosas, tú te das cuenta que te falta algo. Hasta que llega el Barcelona de Cruyff. Cuando estás en el campo y estás jugando contra ellos, y durante 80 minutos del partido, estás corriendo detrás del balón, quieres ir a un sitio, no llegas, enseguida se la dan a otro, cómo empieza el balón a circular. Todo el mundo quiere robársela, pero nadie puede robársela. Y entonces te empiezas a preguntar: ‘esto es lo que a mí me gusta. A mí me encantaría estar en este equipo’. Y es cuando le das sentido, tácticamente, a lo que has estado sintiendo durante toda la vida”, Quique Setién (The Coaches Voice).
Si hubieran echado a Valverde en verano, Setién no habría llegado. Es más, tampoco era la primera opción invernal. Buscaron a Xavi Hernández y Ronald Koeman, quienes, al estar comprometidos con Al Sadd y la Selección absoluta de Holanda respectivamente, hicieron que la directiva culé volteara hacia otro lado.
De las opciones disponibles en el mercado, definitivamente la de Quique es la que hacía más sentido. Algunos hablaban de traer a Massimiliano Allegri o Mauricio Pochettino, que son DTs TOP, pero no tienen mucho que ver con la filosofía del FC Barcelona. Allegri es un míster pragmático muy flexible que construye a partir de lo que tiene. Buenísimo, más no del perfil posicional que tanto entusiasma en suelo blaugrana.
Y lo de Poche no sabemos ni por qué entró en la conversación. Es un espanyolista recalcitrante que ha expresado un montón de veces su rechazo por el FC Barcelona, y sus valores. No puedes traer a un técnico que ha dicho que prefiere volver a su granja antes de dirigir al Barça. Por más profesional que sea, alguien con tal nivel de repudio y predisposición, no debe estar jamás entre tus candidatos.
Volviendo a Quique Setién, reiteramos que, dadas las circunstancias y analizando los perfiles de aspirantes realistas, es el entrenador cuyo modelo y entendimiento del juego más empata con el del Barça. Al cántabro le gusta adueñarse del balón y llevar la iniciativa. Posesión, pero efectiva. Es partidario del juego asociativo. Un seguidor del fútbol posicional.
Quiere salir jugando con balón dominado, que haya amplitud, que circulen rápido para generar espacios/superioridades, que se presione alto para recuperar pronto y que sean capaces de romper candados defensivos con buenas combinaciones. La intención es defender con el balón y tener una estructura colectiva sólida para poder crear situaciones en las que los referentes ofensivos cuenten con varias opciones a la hora de decidir.
“Lo posesión no es el fin, es un medio. Nosotros entendemos que vamos a defender mucho mejor cuando tenemos el balón, que es la posibilidad de hacer dañó a los equipos rivales cuando tú tienes el balón. Generas mecanismos para ello y no arriesgas el balón en centros innecesarios o golpeos en largo porque, además, creemos que no tenemos jugadores adaptados a eso y no nos gustan. La posesión no es tan importante realmente, lo importante es que ese control sea para generar peligro y jugar hacia adelante. La presión que hacemos hacia adelante y todo es pensando en recuperar el balón estando cerca de la portería contrario. La posesión es un medio para meter goles. No es tener el balón por tenerlo. Yo quiero meter goles. Yo, a través de la posesión, quiero meter gol, no es que quiera circular. En cuanto tengo la posibilidad de filtrar un pase hacia adelante, no lo doy hacia los lados, va hacia adelante y trato de finalizar la jugada (…) El futbolista siempre se hizo futbolista porque quería tener el balón, todo el mundo quiere su protagonismo con el balón. Esto sigue siendo un juego. Yo quiero ganar jugando bien. Yo siento el fútbol. A mí lo que me emociona es el juego, el fútbol y ver a los buenos futbolistas”.
En el plano conceptual y filosófico, Quique Setién encaja. Nos parece un acierto y no tenemos duda de que intentará que se juegue el fútbol que le gusta a él y al barcelonismo. Las preguntas que nos surgen van enfocadas al manejo del grupo y al tener que lidiar, por primera vez en su carrera como DT, con la presión de un club de exigencia absoluta.
Deberá quitarse la etiqueta de admirador y entender que él es el jefe. Ojo, que Valverde tenía felices a todos desde la permisividad. Al menos eso se veía a la distancia. Los entrenadores no entran a los vestuarios para hacerse amigos de los cracks, sino para convencer, instalar un modelo, organizar, dirigir y, cuando es necesario, llamar la atención. Si tus jugadores quieren que sigas porque contigo se la llevan muy relax, no es el respeto/apoyo que sirve. Que te quieran o que te odien, pero debes asegurarte que sepan que lo que haces es pensando en lo mejor para el equipo. No es nada fácil.
Lo del FC Barcelona no es una crisis de resultados, sí de funcionamiento. Ese debe ser el objetivo prioritario de Setién: encontrar la identidad colectiva que lleva varios años extraviada. Primero, el cómo. Después, el qué. Pensar en la evolución futbolística antes que en los trofeos. La historia dicta que ese siempre ha sido la fórmula que ha permitido que el FCB trascienda.
La ilusión que se percibe tras la destitución de Ernesto Valverde y el arribo de Quique Setién no tendría que estar del todo relacionada con ganar y levantar trofeos en el corto plazo, sino con recuperar el sello Barça. Y es que cuando el Barcelona se planta respetando su estilo/filosofía, no solo hay felicidad post-triunfos, también hay orgullo.
Ganar como sea, te pone feliz. Ganar jugando como te gusta y respetando la filosofía que te llevó a la grandeza, te hace sentir orgulloso. Es tiempo de que el FC Barcelona no solo gane u opte por ganarlo todo, sino que, tras ganar/competir, se sienta orgulloso de cómo lo hizo.