Lionel Messi quería irse, esa es la realidad. Se queda -al menos hasta 2021- porque las cláusulas se prestaron a interpretaciones distintas y su intención no era pelearse legalmente con el club de su vida. Manifestó su postura, pero la directiva no respetó el acuerdo de la salida unilateral y no aceptó un adiós amistoso. Fueron inflexibles y exhibieron su carencia de códigos: cláusula de 700 millones de euros o juicio.
El rosarino se negó a cerrar su etapa blaugrana con una trifulca legal. No era justo ni para él, ni para su familia, ni para la institución. Para esta directiva sí que lo era, pero tuvo que elegir. Está clarísimo -al menos para nosotros- que la permanencia de Lio no es un éxito de Josep Maria Bartomeu y su junta. No lo convencieron, lo forzaron atentando contra lo pactado previamente y valiéndose de la laguna de fechas provocada por el COVID. Ni siquiera al mejor jugador en la historia del club lo supieron tratar con respeto, tacto y honor.
Hasta antes de leer la entrevista que le concedió a Goal, éramos de los que creían que Lio Messi se había equivocado al no hablar tras la humillación ante Bayern Munich. Pero ¿para qué iba a hacerlo si su idea era irse? Imagínense: sale, se disculpa y a los pocos días anuncia que se va. Pierdes, ofreces disculpas y, tras una declaración verbal para ‘dar la cara como capitán’, te vas. Ese manejo de las cosas hubiera generado más caos.
Guardó silencio porque era lo más prudente, considerando que no quería continuar. Y tuvo que mandar el famoso burofax porque el presidente, pese a que se cansó de declarar que el 10 se había ganado el derecho a decidir qué haría con su futuro, no le dio bola cuando le comentaba que pretendía buscarse un nuevo reto.
Acordaron que Messi podía decidir lo que quisiera al final del ciclo 2019/20, lo llevaron al límite año tras año, les dijo que quería irse desde meses anteriores a junio de 2020, lo fueron evadiendo y, cuando llega el fin de curso (postergado por la pandemia), le respondieron: ‘el derecho de salida venció; o cláusula o juicio’. Se quedó, sí, pero qué vergüenza de gestión. Penoso tratar de esa manera a lo mejor que le ha pasado a tu club desde el punto de vista deportivo.
Y ahora, por la bola de nieve generada en estos últimos 10 días, el seis veces ganador del Balón de Oro deberá encarar el curso más complicado de su carrera profesional. El más tenso de todos.
Si antes lo cuestionaban, imaginen lo que será la temporada 2020/21. Cada partido en el que no consiga brillar será un constante ‘no le interesa, ya se quiere ir; ¿para qué se quedó?’. Luchar contra esto será un reto tremendo, porque incluso le lloverán críticas del sector de culés que piensa que, tras toda la novela, lo mejor era que no siguiera.
Suponemos que afrontará este desafío a tope porque es una bestia competitiva y porque, si se va en 2021, querrá hacerlo con honores. El panorama no es demasiado alentador. Bartomeu no dimitió y la situación económica no ha permitido muchos cambios en la plantilla. Pero el juego -y la vida- es de dinámicas, de sensaciones.
Hilvanas algunos buenos partidos, y la interna da un giro. Además, después de un momento tan caótico, donde se terminaron por caer las máscaras, los jugadores pueden unirse más. Paradojicamente es así. Y lo vimos hace apenas unos meses con Neymar. En verano de 2019, quiso volver al FC Barcelona. Puso todo de su parte para salir de París. Por ese deseo, inició la campaña con el PSG con jornadas avanzadas y entre pitos, abucheos e insultos. Y si bien fue complicado en el principio, le pudo/supo dar la vuelta.
Con buenas actuaciones, con entrega, y con compromiso, recuperó la confianza de sus compañeros, del cuerpo técnico y de los aficionados. Y lo que pintaba para ser un año para el olvido, terminó en un periodo histórico para el París Saint-Germain.
Lo de Messi, si es bien canalizado por el rosarino y por el resto del plantel, podría estar lejos del final fatídico que miles vaticinan. Porque cuando tocas fondo, los ejercicios de sinceridad se incrustan. Y cuando esto sucede, no hay otro remedio más que decir las cosas como son, produciendo una interacción más directa y frontal (algo que le urge al FC Barcelona).
Deberá hacerles ver a sus compañeros que el pulso fue contra la directiva y sus escándalos (la campaña de medios para desprestigiar jugadores, el caso Neymar, los señalamientos públicos de Abidal/Bartomeu y el trato a históricos como Suárez, por ejemplo), no directamente contra ellos. No es que abandonara el barco en el peor momento, simplemente lo cansaron. Se hartó. De la directiva. De sus decisiones. De su administración.
Se pudo haber ido después del capítulo en el Stadio Olímpico ante AS Roma o tras la hecatombe en Anfield contra Liverpool. No lo hizo. Aguantó, resistió. La cuestión es que todos tenemos un límite, y superaron el suyo. Llegó el día en el que portando la camiseta del equipo de sus amores, por más loco que suene, no era feliz.
En el curso 2017/18, hizo 45 goles y 18 asistencias en 54 partidos. ¿Qué sucedió? La noche triste en la capital de Italia. En el curso 2018/19, marcó 51 goles y entregó 19 asistencias en 50 partidos, y jugó probablemente la mejor UEFA Champions League de su vida. ¿Qué pasó? Vino la debacle ante los de Jürgen Klopp. Y en el curso 2019/20, convirtió 31 goles y puso 25 asistencias en 45 partidos. ¿Qué ocurrió? No ganaron trofeos domésticos y Bayern los sacudió como nadie lo había hecho.
Entregarte al máximo, jugar tu fútbol más global y, con todo eso, no dejar de fracasar en Europa. La decepción y la frustración son totalmente comprensibles. Y más sabiendo que, en otro lado, seguramente estarías aspirando a temporadas que sí empaten con su rendimiento individual. Lo normal, si nos ponemos a pensarlo, habría sido buscar una vía de escape mucho antes. Por no hacerlo, por remar más de la cuenta, por sostener un barco que no tenía rumbo, se expuso a un adiós completamente inmerecido.
Dentro de lo positivo de este bloqueo falto de clase de Bartomeu y su gente es que hay opción de que la aventura que inició con aquella emblemática servilleta termine con una despedida a la altura. No con un burofax y una batalla legal. Sea en 2021 o más adelante (quizá el proyecto de la directiva que aterrice el próximo año lo seduce), debe marcharse ganando, disfrutando y siendo homenajeado frente a un Camp Nou repleto.
Cuando Messi era un niño y necesitó de alguien que pagara su tratamiento de crecimiento, FC Barcelona estuvo ahí. Y cuando FC Barcelona necesitó de alguien que les permitiera vivir episodios que no podían ni soñar, Messi estuvo ahí.
No les vamos a mentir, estábamos ilusionados con la posibilidad de verlo en otro cuadro, sobre todo en ese Last Dance con Pep Guardiola. Quizá este escenario se cumpla en un año, quizá no. Lo único que sí tenemos claro es que Messi no es más que el FC Barcelona, pero sí es el FC Barcelona. Dividió la historia de la entidad. Quien piensa en el Barça, automáticamente piensa en Messi. Y ese es su más grande legado. Una directiva incompetente jamás podría borrar un vínculo de ese tamaño. Su relación, ese lazo, sin importar lo que sucedió y lo que pueda suceder más adelante, es inquebrantable.