El fútbol siempre fue lo nuestro. Crecimos viéndolo, jugándolo. En nuestro entorno cercano no había un ambiente excesivamente futbolero, pero algo hizo click. Los partidos por TV nos hipnotizaban. Salir a jugar en la calle y en parques fue, durante nuestra infancia y parte de la adolescencia, la actividad que más disfrutamos.
Los tres éramos buenos. Destacamos a nivel escolar y, sobre todo, en el barrio. En retrospectiva, quizá eso fue lo que nos enamoró tanto de la pelota. Y es que, cuando eres niño, te diviertes mucho más al hacer algo en lo que sientes -o te dicen- que eres especial.
Soñábamos, como muchos chicos alrededor del mundo, con ser futbolistas profesionales. Inocentemente, creíamos que algún visor o entrenador nos iba a ver en algún partido de barrio o torneo escolar y nos iba a reclutar. Luego, fuerzas básicas, primer equipo, estrellato nacional, selección y, en poco tiempo, un galáctico en algún club TOP de Europa. Ya saben, lo normal.
Sabíamos que ese escenario existía, que algunos jugadores llegaron así. Después nos dimos cuenta que era la excepción, no la regla. Cuando el internet se normalizó, comenzamos a investigar y nos dimos cuenta que el ‘camino más habitual’ era entrar a una escuela formativa y, poco a poco, ir escalando.
Lo hicimos. En paralelo a nuestros estudios de secundaria, ingresamos a la escuela de un club de fútbol mexicano. Fue nuestro primer contacto verdaderamente formal con el deporte y una experiencia que, definitivamente, nos marcó.
El primer día de esa transformadora aventura no se nos olvida. Curiosamente, nos encontramos con un par de chicos que solíamos enfrentar los fines de semana.
Verán. De lunes a viernes, jugábamos en la calle o en parques cercanos a nuestra zona. Y los fines de semana, en nuestro afán por encontrarnos con otro tipo de rivales y salir de la rutina, teníamos la costumbre de visitar parques algo más lejanos. Bueno, en una de esas visitas, los conocimos a ellos. Y comenzamos a repetir esos partiditos. Eran muy competitivos y tenían calidad con el balón, pero casi siempre les ganábamos.
Verlos ahí, nos llenó de confianza. Enterarnos que eran titulares y ya los estaban viendo como futuribles de fuerzas básicas, elevó las expectativas con las que entramos. «Si ellos están rompiéndola, esto va a ser un día de campo». Vaya error.
Desde el primer entrenamiento nos dimos cuenta que no es lo mismo ser figura en la calle o en el parque ubicado al lado de tu casa, que destacar en un terreno de juego 11 vs 11. Nosotros, buscando el highlight, la acción vistosa. Ellos, a los que les ganábamos, cumpliendo cada función que les pedía el entrenador.
En espacios reducidos, no eran tan decisivos (ahí los vencíamos). A campo abierto, un espectáculo. Despliegue, potencia y una capacidad brutal para centrar. Estaban al borde de las inferiores del club porque entendían lo que estaba haciendo, escuchaban al DT y ejecutaban -muy bien- las tareas que les asignaban.
Sabíamos que nos costaría, pero nunca pensamos que tanto. El golpe de realidad fue seco, duro. Teníamos cualidades, no conceptos. Quisimos llevar lo que hacíamos en el barrio al campo, y nos fue imposible.
En calle, parques y escuela, la mentalidad es otra. Te quieres hacer notar con detalles técnicos y recursos de lujo. Piensas que si eres capaz de recibir, girar, regatear a quien se te ponga en frente y definir, eres un crack. Y sí, son cosas que te ayudan y llaman la atención, pero el verdadero fútbol no va de querer hacer todo de forma individual, no va de buscar humillar tantas veces como puedas al adversario y no va de navegar con base en impulsos inconscientes.
Un buen control orientado puede producirte el mismo efecto que un regate, un pase para organizar no es un síntoma de cobardía frente a un posible duelo individual, tapar líneas de pase puede ser tan útil como saltar al 1 vs 1 directo, concederás muchísimo sin principios de manejo de perfiles a la ofensiva y defensiva… y podríamos seguir. Jugábamos a la pelota, y muy bien, pero no fútbol.
Rápidamente nos dimos cuenta que en el fútbol serio estábamos varios pasos por detrás de jugadores que podíamos superar en otros contextos. Competíamos, pero no como queríamos y esperábamos. Éramos referentes en retas e intercolegiales, y ahí, en la escuela formativa, pasamos a ser uno más.
Soñábamos mucho, pero también fuimos brutalmente realistas. No necesitamos que un adulto o entrenador nos dijera que, probablemente, no nos iba alcanzar para lo que pretendíamos.
Lo detectamos por nuestra cuenta. Notábamos progreso, pero también nos sentíamos atrasados respecto a los talentos más destacados del grupo. Y, con 14-15 años, nuestra valoración fue que difícilmente los íbamos a emparejar.
Digerimos lo sucedido como el resultado de empezar tarde. Quizá teníamos condiciones, pero estábamos aprendiendo conceptos que nuestros compañeros integraron desde niños y, siendo sinceros, no teníamos la disciplina física y táctica que necesitas para realmente ser un prospecto debutable.
Hasta que entramos a esta escuela nos dimos cuenta de lo reactivos que éramos. Destacábamos porque teníamos aptitudes atléticas naturales y porque, a través de la observación (ver partidos fútbol), añadimos algunos skills que nos permitían estar por delante de gente que no practicaba el deporte formalmente.
Analizándonos hoy, éramos más instinto que criterio. Realmente no pensábamos qué hacer antes de recibir el balón. Fluíamos, resolvíamos sobre la marcha. Por eso, fue un descubrimiento comenzar a entender todas las ventajas que puedes generar cuando piensas un poco antes de jugar.
Hemos de confesar que nunca le perdimos amor al juego. Ni siquiera cuando supimos que íbamos a dejar de intentar llegar. Invictos nació un 18 de julio de 2012, pero creemos que se concibió desde aquella época.
Fue justo en esa etapa cuando nos convencimos que queríamos dedicar nuestros días al fútbol. Entre más conocíamos del deporte, más nos enganchamos. No sabíamos ni cómo ni haciendo qué, pero lo repetíamos constantemente. Incluso fue lo que nos dijimos saliendo del último entrenamiento al que asistimos.
Y pese a que parecíamos tener claro el rumbo, la vida pasa. Los caminos no son lineales. A mayor edad, las responsabilidades y obligaciones aumentaron. Nunca nos despegamos de nuestra afición por el fútbol, pero, de pronto, nos encontramos con una realidad que no nos estaban acercando nada a nuestro anhelo, que era dedicarnos a lo que más nos ha apasionado.
Paradójicamente, nos metimos a estudiar algo ajeno al mundo en el que queríamos entrar. Luchamos para que no sucediera, pero los días se iban alejando del fútbol. Los horarios universitarios fueron cambiando todo. Sin embargo, la pasión jamás se apagó.
Nuestros ratos de recreación estaban vinculados con el balón: planes para ver partidos los fines de semana, reuniones para jugar FIFA, escapadas para ir a alguna liga de fútbol rápido y lucha constante para encontrar huecos entre clases para seguir, de una u otra forma, encuentros que considerábamos imperdibles.
Hablábamos de muchas cosas y el fútbol, tarde o temprano, saltaba a la mesa. El punto de inflexión llegó en el tramo final de la temporada 2011/12.
Un examen nos impidió ver un partido decisivo de UEFA Champions League. Y esto era algo que cada vez se repetía más.
Nos reunimos tras la prueba, comenzamos a charlar. La plática se centró en el trabajo que estábamos por firmar. Un profesor nos vio con capacidades para ayudarlo en su empresa de consultaría y nos ofreció un puesto. Prácticas que, a la postre, se convertirían en una posición fija. Lo íbamos aceptar. Era lo más sensato.
Esa tarde, de repente, vino a saludarnos un amigo con el que solíamos compartir equipo. Recordamos anécdotas y nosotros terminamos riéndonos de algunas experiencias que tuvimos durante nuestro periodo en la escuela de formación.
Esas historias de nuestras experiencias en cancha eran habituales. Lo notábamos. Siendo todavía muy jóvenes, hablábamos con nostalgia y melancolía de esos días, como si ya el fútbol fuera parte del pasado y no pudiéramos hacer nada para recuperarlo.
«¿Trabajando en qué se levantarían completamente plenos?», preguntó uno de nosotros. Ese cuestionamiento realmente nos cambió. La respuesta de los tres fue la misma que cuando salimos de nuestro último entrenamiento formal: «Fútbol. Algo relacionado con fútbol».
Esa noche nuestra vida dio un giro. No sabíamos cómo, pero ahora sí, tras un tiempo guiándonos por lo prudente y no por la pasión, sabíamos qué. Desde ese momento, no hemos parado. Y ya van 10 años.
La verdad, fue duro. Nuestras carreras no estaban enfocadas en periodismo o comunicación. No teníamos contacto alguno en la industria. Siendo estudiantes, no teníamos recursos económicos como para sostener una redacción. Y, por si fuera poco, nuestro conocimiento del ecosistema digital era limitadísimo.
Había muchas razones para no intentarlo. La cuestión es que ya estábamos decididos. Por primera vez en la vida dejamos de hablar y comenzamos a hacer.
Creímos en nosotros, en nuestra capacidad para aprender, en nuestra ética de trabajo y en que encontraríamos personas que se identificaron con lo que queríamos escribir y compartir.
Facebook, Twitter, Instagram y página web. Tendencias mundiales y nacionales, la caída del portal por todo el hype generado, interacciones con futbolistas TOP, conversaciones impensables, invitaciones que jamás imaginas recibir y números de locura en cada plataformas lanzada.
No conocíamos la fórmula, fuimos, con un interminable prueba y error, encontrando los ingredientes. Con base en mucho trabajo, la creación de un estilo propio, consistencia y una dedicación que no sabíamos que poseíamos, construimos algo maravilloso. Logramos algo que llegó a lucir utópico.
Invictos no nació con el objetivo de buscar fama, asistir a lugares exclusivos o lograr métricas récord. No es que esos motivos, que empujan a muchos otros, sean incorrectos. Para nada. Pero lo que realmente nos movilizó fue compartir nuestro amor el fútbol y perseguir nuestra pasión.
Estar acá, después de 10 años, con más apoyo que nunca, nos emociona muchísimo porque es la prueba de que conseguimos lo que nos propusimos.
Cuando lo más racional era dejar la lucha y volver al camino conocido, nos mantuvimos en la batalla. Cuando esto no tenía rumbo y parecía un sinsentido, no nos bajamos del barco. Y cuando aparecieron obstáculos que pudieron derrumbarnos, no claudicamos.
Son 10 años sin perdernos un partido que consideramos importante. Son 10 años cubriendo digitalmente todos los grandes sucesos futbolísticos. Son 10 años disfrutando cada cosa ‘laboral’ que hacemos. Son 10 años sin lamentar que vaya a llegar un lunes. Son 10 años levantándonos y sintiéndonos plenos. Eso, a nuestro entender, es el éxito.
Llevamos 10 años en un sueño. Viviendo lo que, después dejar de intentar llegar, siempre quisimos. Esto no va de RT, likes, números de seguidores o paginas vistas. Sin importar qué venga, ya ganamos el juego. Nuestro juego. Lo ganamos porque nos cumplimos, les cumplimos a aquellos niños que siempre quisieron que ésta fuera su vida. Y ustedes nos ayudaron a que fuera posible.
Estamos orgullosos de un montón de logros, no lo vamos a negar. Aunque lo que realmente nos emociona, llena y satisface es saber que, con ustedes de nuestro lado, logramos lo que siempre soñamos: dedicar nuestro día a día al deporte más hermoso del mundo.
Ya ganamos el juego, y todavía no ha terminado.
Gracias por ser parte de esta felicidad.
Y salud por estos 10 años.
Los queremos mucho.