Nacimos en la década de los noventas. Nuestros primeros recuerdos mundialistas fueron en Francia 1998. Sin embargo, la primera vez que genuinamente sentimos y vivimos una Copa del Mundo fue en Corea-Japón 2002.
Lo recordamos como si fuera ayer. Los horarios no eran nada bondadosos con la gente de nuestro continente. Nos daba igual. Pese a que todavía éramos unos niños, y al día siguiente tocaba ir a la escuela, esas desveladas llenando el álbum del Mundial mientras esperábamos el inicio de los partidos -especialmente de México- son tesoros invaluables de nuestra infancia.
Vimos todos partidos del TRI, obviamente, pero nuestro interés fue más allá de la Selección de México. Seguimos tantos juegos como pudimos, poniendo especial atención a la Brasil de Ronaldo Nazário y a la Alemania de Oliver Kahn.
Ellos lo tenían todo. Sobrados de fútbol, sobrados de carisma. El peinado icónico de R9, las míticas patillas del Titán.
La final, curiosamente, fue Brasil vs Alemania. Ganó El Scratch. La consagración máxima del Fenómeno. En la ceremonia de premiación estuvo Pelé. Fue impactante ver a La Más Deseada siendo levantada por Cafú. Qué trofeo. Qué ambiente. Qué fútbol (no es que el Atlas de La Volpe, y el Toluca de Cardozo y El Ojitos Meza no nos cautivaran, pero ahí descubrimos -con conciencia- la élite absoluta del fútbol mundial).
Ese día, como todo niño futbolero de bien, nos pusimos a hacer cálculos sobre cuántos años íbamos a tener en los próximos Mundiales. Ya saben, para visualizar a cuál podríamos ir. Realmente no acordamos nada, pero en medio de la charla se escuchó: ‘En cuanto tengamos trabajo y dinero, nos vamos todos juntos a Mundial. Pero todos juntos, eh’. No pensábamos en la universidad, en comprar un carro deportivo o en adquirir una casa para nuestros papás. No. Al carajo eso. Ir a un Mundial, jaja (éramos niños locos por la pelota, no nos juzguen).
Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 fueron los Mundiales de nuestra adolescencia. Aún no teníamos ni los recursos ni la edad como para organizar la aventura, pero los disfrutamos muchísimo (Alemania 2006 es, a la fecha, nuestro Mundial preferido; nos tocó gozarlo en la secundaria). La ilusión por algún día asistir a una fiesta mundialista incrementó y nos prometimos, casi con la lealtad del juramento inquebrantable de Snape a la mamá de Malfoy, que teníamos que lanzarnos a una Copa del Mundo antes de que la vida adulta se adueñara por completo de nuestros cuerpos.
Brasil 2014 fue nuestro primer Mundial como Invictos. No teníamos mucho tiempo en esto. Ya empezábamos generar dinero, pero no el suficiente para irnos todos. Decidimos no hacerlo y, en su lugar, invertir en equipo y cuestiones operativas para darle mayor respaldo al proyecto. En retrospectiva, una decisión bastante atinada.
Justo en la final, cuando terminamos la maratónica cobertura de ese día, nos prometimos que Rusia 2018 sería nuestra primera experiencia mundialista.
Íbamos ir a Rusia. El plan estaba hecho. Pero el destino a veces te cambia la jugada. Y es que, cuando estábamos arreglando trámites, uno de nosotros tuvo problemas de papeleo. Le iban a dar el documento que necesitaba, pero no en los tiempos requeridos para hacer todo lo que te exige una Copa del Mundo.
No asistimos.
El soldado caído decía que los otros nos fuéramos, que no nos preocupamos por él, pero no podíamos dejarlo solo. Imposible. O íbamos todos o no iba nadie. Y aunque ya teníamos los recursos y un proyecto futbolístico consolidado como para lanzarnos, nos quedamos.
Ver los partidos sabiendo que pudimos estar ahí, y más tras el histórico triunfo de México ante Alemania, nos jodió. Pero ya pensábamos en Qatar 2022.
Esta vez no nos iba a pasar lo mismo.
Documentos listos, desveladas para comprar boletos, aviones, hospedaje. Todo resuelto.
Qatar 2022 será nuestra primera Copa del Mundo.
Estaba la posibilidad de conseguir alguna acreditación de prensa o ir como embajadores de una marca. No quisimos hacerlo así. Vamos como Invictos, sí, pero en modo aficionado.
Ya somos adultos, pero en el fondo seguimos siendo esos niños que se desvelaron viendo Corea-Japón 2002 y se prometieron que, algún día, llegarían todos juntos a una Copa del Mundo.
No fue nada fácil, pero lo conseguimos.
Nos cumplimos.
Les cumplimos a aquellos niños de Corea-Japón 2002 (si pudiéramos viajar en el tiempo para decirles lo que hemos vivido gracias al fútbol, no nos lo creerían).
Escribimos esto a unas horas de emprender el viaje con el que soñamos todas nuestras vidas. Y no podíamos subirnos al avión sin agradecerles. Ustedes han sido parte fundamental de esto. Gracias por ayudarnos a llegar a una Copa del Mundo de la forma más única y mágica posible.
Los sueños se alcanzan.
Y a veces, la realidad, por más increíble que suene, los termina superando.
Nosotros somos la prueba de ello.
INVICTOS EN QATAR.